miércoles, 22 de abril de 2015

CUENTO POR ENTREGAS… Parte 5 de 9


Nos encontramos en la QUINTA PARTE de nuestro "cuento por entregas", donde vamos siguiendo el derrotero de Ikur.
Éste es un capítulo breve pero bastante vigente.
¿Que cómo lo escribiría hoy?... probablemente las cadenas fuesen más gruesas y hasta invisibles. Y entre los objetos deseados habría muchas máscaras y muchos entes ideales o idealizados. Por supuesto, el pueblo estaría en otro mundo... uno en el cual todo fuese de mercurio, de un mercurio espejado que le impidiera a sus habitantes ver otra cosa que no fuesen ellos mismos...
Sin embargo, éste sigue siendo "aquel cuento", y las escenas de hoy no podrían responder a otra letra, música o incluso video que no fueran el de High Hopes de Pink Floyd, ni a otros arquetipos que los que presenta el El hombre y sus símbolos de Carl C. Jung
Vengan, entonces, bajo su propio riesgo; ya que —parafraseando la leyenda de los retrovisores—: "Los objetos en estos espejos podrían estar más cerca de lo que aparentan"...


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EL ÁNIMA Y EL HOMBRE DE LA RUEDA GIGANTE


(por: Teresa P. Mira de Echeverría)


[Estar encadenado, bajo cualquier tipo de cadenas, es algo literalmente terrible.
Estar encadenado por uno mismo, por propia responsabilidad, bajo propia mano —o como se quiera decir— es casi insoportable.
Y nótese que digo casi, porque esto es lo más común del mundo; me atrevería a decir que es inherente a la raza humana.]

5: El camino de las grandes expectativas.

Luego de muchos esfuerzos, llegaron a un poblado de casas tan grandes que Ikur pensó: “Aquí han de vivir gigantes.” Pero no era así.
La gente tenía la misma estatura que él, más o menos. La misma voz, más o menos. La misma forma de andar, más o menos. Y, más o menos, las mismas necesidades.
Pero algo era distinto.
"Los valores personales" - René Magritte
Cada uno de ellos arrastraba algo muy grande, o empujaba algo muy grande, o quería utilizar o conseguir algo demasiado grande como para que les sirviera de algo.
Algunos arrastraban pesados yunques. Otros pretendían manzanas fabulosas. Muchos tiraban de enormes monedas de oro.
Había gente que se asociaba, para elevar a lo alto de una torre, la figura hueca de un hombre gigante.
También había muchachas que sostenían enormísimos espejos, soldados que empujaban faraónicos cañones, granjeros que medían y medían enormes extensiones de tierra.
Ikur vio que todos tenían una cadena que los ataba a esas cosas, y recordando sus propias cadenas pensó: “Desearon mal”.
Le apenaba ver a toda aquella pobre gente atareada en cosas sin sentido, fatigándose por nada o arrastrada por objetos inanimados que ellos mismos habían fabricado. Así que salió de aquel poblado tan pronto como pudo.
Sin embargo, el hombre de la rueda gigante se fue con él. Se rió de toda aquella pobre gente, de lo tontas que se veían, y coincidió con Ikur en que todos sus esfuerzos eran inútiles.
   Habló como si él mismo no empujase una rueda gigante; pero el problema era que él mismo aún empujaba la rueda gigante.


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